Hay que diferenciar laicidad y laicismo. La primera es la condición no confesional y neutral del Estado a fin de garantizar la plena libertad religiosa y de conciencia de las personas; lo segundo es la actitud que intenta expulsar cualquier referencia religiosa de la agenda pública y negar el ámbito de lo sagrado. La laicidad es la garantía propia de una sociedad abierta y libre en la que todos puedan manifestarse y opinar y así lograr interrelaciones fecundas y enriquecedoras; el laicismo, en cambio, es profundamente intolerante y postula el dogma, tan opresivo o más que cualquier otro, de que no hay dogmas y que aquellos que creen en algo valioso y trascendental no tienen derecho a opinar y en muchos casos ni siquiera a existir de manera pública.
El diálogo es un elemento fundamental e insustituible en una democracia. Nunca podrá ser pleno si se excluye a priori a quienes emiten opiniones inspiradas en alguna fe religiosa; si en nombre de la pluralidad se exige la renuncia a las convicciones propias, al mismo tiempo que se busca instaurar un pensamiento único derivado de una cosmovisión inmanentista.
Cualquier iglesia debe tener la oportunidad de competir con otras agrupaciones planteando sus opiniones y juicios. Ya será responsabilidad de los ciudadanos aceptar o rechazar sus planteamientos y juzgar si éstos son racionales y razonables. No es propio de una democracia pluralista acotar a algún actor político o social, como pretenden los supuestos defensores del Estado laico con todos aquellos que no coinciden con sus planteamientos.
Confundir laicidad con laicismo es extraordinariamente peligroso. Nos puede conducir a una democracia limitada que no respete la libertad de conciencia de los otros y las diferentes opciones que se presentan frente a las conciencias libres. La laicidad del Estado no puede equivaler a ateísmo de éste, porque eso sería lo mismo que buscar imponer una creencia por la fuerza y caer así en los mismos vicios que se critican de los Estados confesionales. Defender la laicidad, en contraposición al laicismo, es defender la diversidad social frente a aquellos que quieren imponer pensamientos únicos o, peor aún, arrogarse el monopolio de lo que se debe discutir en la arena pública.
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