Hoy por la madrugada se confirmó el triunfo de la oposición en 5 de los 23 estados disputados en las elecciones de ayer en la República Bolivariana de Venezuela. El triunfo más importante fue el de la capital, Caracas; con poco más del 50%, Antonio Ledesma ganó a pesar del empeño del alcalde saliente y la evidente presión de Hugo "El Rey" Chávez.
Miranda, Carabobo, Táchira y Nueva Esparta fueron los otros cuatro estados que la oposición arrebató al partido oficialista, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Los triunfos merecen un alto grado de reconocimiento, ya que se lograron a pesar de las intensas giras de Chávez a cada uno de los estados, de la campaña de miedo y frases amenazadoras que acostumbra el presidente; en pocas palabras, a pesar de las condiciones poco democráticas.
En lo personal, esperaba una situación como la que se dio hace unas semanas en Nicaragua, en donde el fraude fue tan evidente que los brotes de violencia continúan al día de hoy en ese país centroamericano. Una de las diferencias que vale la pena destacar es que el presidente nicaragüense, Daniel Ortega, restringió el acceso de observadores electorales internacionales y permitió sólo los afines, mientras que el gobierno venezolano permitió 134, no todos ellos pro oficialismo.
Independientemente del perfil ideológico de quienes gobiernan América Latina, lo deseable para una sociedad es tener la certeza de que los procesos electorales tienen alto grado de confiabilidad y que las condiciones de competencia son equitativas; en tal proceso nos encontramos todos los países de la región, algunos más avanzados que otros, y uno que ni siquiera le ha interesado iniciar.
Miranda, Carabobo, Táchira y Nueva Esparta fueron los otros cuatro estados que la oposición arrebató al partido oficialista, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Los triunfos merecen un alto grado de reconocimiento, ya que se lograron a pesar de las intensas giras de Chávez a cada uno de los estados, de la campaña de miedo y frases amenazadoras que acostumbra el presidente; en pocas palabras, a pesar de las condiciones poco democráticas.
En lo personal, esperaba una situación como la que se dio hace unas semanas en Nicaragua, en donde el fraude fue tan evidente que los brotes de violencia continúan al día de hoy en ese país centroamericano. Una de las diferencias que vale la pena destacar es que el presidente nicaragüense, Daniel Ortega, restringió el acceso de observadores electorales internacionales y permitió sólo los afines, mientras que el gobierno venezolano permitió 134, no todos ellos pro oficialismo.
Independientemente del perfil ideológico de quienes gobiernan América Latina, lo deseable para una sociedad es tener la certeza de que los procesos electorales tienen alto grado de confiabilidad y que las condiciones de competencia son equitativas; en tal proceso nos encontramos todos los países de la región, algunos más avanzados que otros, y uno que ni siquiera le ha interesado iniciar.